Contemplo el atardecer: El sol cae y las flores del camino duermen; su existencia demarcada por la fragilidad del ser se extiende y la simpleza se apodera de la situación, la trascendencia de los seres más allá de justicia terrenal o efímera moral.
Sensación de rencor: Sabe acaso esa flor que impasible veo, sobre la existencia? sabe algo de la susurrante, indulgente y melancólica parafernalia que rodea la vida? Y las miro y hasta la sombra que le proyecta el crepúsculo, me responde con sentencia castigadora y comprendo entonces del pobre pensamiento humano.
Me siento acorralado, cada fantasma del pasado me aturde y llena de bruma el camino, un camino que sabe a fracaso y me gusta y me pierdo en inquebrantables reclamos que van sin preceder ni destino. Me veo agotado, allí con semblante que tras los ojos esconde el misterio, la finura y la cautela. Me veo observando la caida del sol sobre la flor, Anima Mundi de mi alma y afirmación de complejidad aberrante y paupérrima que se supone da la dirección correcta e idónea, en medio de verdugos, zafiros y trampas.
Flores que engalanan la penumbra de la dicótoma, la vida y la muerte o la muerte en vida que para el caso libre y prístino de sentencia es lo mismo.
Cuentan que aquella flor orden de muerte tuvo, que en caída libre y helado sentimiento dejo de ver al sol que la siguió esperando cada día hasta hoy; cuentan que un ángel vino por ella y que la muerte que es caprichosa no perdonó su acción y se la llevó para siempre consigo a las estrellas.
Pero yo, siempre que -como hoy- veo una estrella me acuerdo de aquella flor que un día dijo adiós: pienso en la existencia del sentimiento después de la muerte y recuerdo cuando contemplaba el atardecer, cuando el sol caía y las flores del camino se dormían....